martes, 30 de agosto de 2011

Ala.

Sobre una bandeja. Abriendo mucho los brazos. Darte mi regalo.
Ahí estaba todo, todo lo que significaba yo y lo que significabas para mi.
No te hubiera dado tanto como hubiese querido, pero te dí todo lo que había en mis manos.
Perseguía solo lo que mantuviese las tuyas llenas de flores, de cariño y cosas bonitas.
No te hubiese hecho completamente feliz, pero JAMÁS te hubiese hecho desgraciado.


Aquí lo tienes, solo mira un poco más abajo, mira mis fotos, mira los regalos que te di. ¿Ves?
Era todo tuyo. Era toda tuya.
Más allá del océano y de su fondo más profundo, ahí abajo.
Más allá del horizonte, de las nubes, de las estrellas y de lo que esconden.
Eso es. Eso era lo que sentía por ti.
¡¡¡Y más aún!!! Porque eso es solo lo que puedo saber.
Te quise por encima de cuanto podría haber llegado a ver y conocer
Ya esta, eso es quizás lo que hubiese querido decirte tantísimas veces que me preguntaste que pensaba cuando me pescabas mirándote.

Pero no pude. No puedo decirte nada que no tengas ganas de escuchar.
Y ya que voy a contarte después de tantos años...¿No?


Bueno, la verdad es que necesitaba decírtelo...dios mio... cuánto te he querido.
Estas son las cosas que quisiese poder decirte sin miedo a que te alejes (más) de mí, supongo que tengo la esperanza de que algún día encuentres esto, (la verdad es que no sé cuantas cartas te llegué a escribir y nunca te enseñé) pero aún más duro que decírtelo, me parece guardármelo para mi.
Tú a menudo me preguntabas en que momento había empezado a quererte.
Empecé a quererte exactamente en el momento en que me llamaste para quedar en el mismo banco en que empezamos a salir para dejarme.
De echo fue en ese mismo instante en que olvide todo el amor que te profesaba antes de ese instante. Me olvidé de la ternura, de las llamadas a las 2 de la mañana, de la bala que me cuelga del cuello, del sexo, de tu boca y de los abrazos.
Me di cuenta de que lo que había sentido antes no era más que un reflejo, una cobertura.
Era lo que yo CREÍA sentir.


Descubrí que no te había querido nunca.


Y me acordé de una tortura Mongola, la favorita de Gengis Kan. Ataban tus extremidades a cuatro caballos y los azuzaban en direcciones distintas hasta que te desmembraban.
Así es como me sentí. 
Así es como me siento.


Te amo. Te amo por la clase de amor que siempre había pedido sentir.
Que Dios sabe que ni me imaginaba lo que era,
y que ahora le rezo por no sentir nunca más. Atea como soy.